viernes, 23 de julio de 2010

The Great Answer (Parte 1)

Ethan miró hacia abajo sorprendido por mi repentina respuesta. Antes de que mi lengua volviera a secarse con otro discurso, agarró el libro, y raudo descendió por la escalera.
Como si fuera ya una costumbre, se inclinó ante mí a pesar de que conocía me aberración por ese acto, ofreciéndome el libro.
Me resultó imposible enfadarme con él, me había sido leal por esa insignificante frase.
Aferré el libro contra mi pecho antes de que el joven cambiara de opinión. Me agaché frente a él y le miré a los ojos. Ni aun sabiendo que estaba frente a él levantó la vista para cruzarse con la mía. Sus ojos estaban abiertos de par en par y fijos en el suelo.
Con una mano alcé su cabeza. Sus ojos brillaban, no sabía si de emoción por el futuro enlace o por temor de tener a otra persona a quien servir exhaustamente.
-La señora Selenia debe estar dando saltos de alegría.
-Ella aún no lo sabe
-¿Cómo que no? ¿Por qué? Si me permite el atrevimiento.
-Necesitaba pensarlo.
Me levanté y cogí una de sus manos para alzarle. El libro estaba en mi axila, sujetándolo con fuerza con el brazo. En cuanto Ethan y el soldado desaparecieran, lo leería emocionada.
Minutos más tarde mi deseo se hizo realidad. Los dos hombres abandonaron la biblioteca y me quedé a solas con el majestuoso libro. Inmediatamente me senté en el sofá y abrí el libro, inspirando hondo para captar su aroma. Era muy antiguo así que debía tener cuidado para no romperlo.
Estaba disfrutando del tacto y el aroma de aquel libro, cuando la puerta se abrió repentinamente.
Los pasos de Selenia eran inconfundibles. En menos de un segundo la sentía sobre mi espalda. Cerré el libro rauda y tapé la portada con mis brazos. Alcé la cabeza y me encontré con el rostro serio de Selenia, ese que tan poco me gustaba. Sus labios dibujaban una mueca sufrida.
-¿Qué haces, Al?
- Cazar gamusinos ¿no lo ves?- dije sarcásticamente. Esperaba que entendiera esa frase.
-¿Qué has dicho?- dijo asombrada- Da lo mismo. ¿Qué haces leyendo ese libro? ¿No te han dicho que ese libro no se puede leer?
Genial, me había pillado. Era una ilusa al pensar que podría engañarla.
-Claro que me lo han dicho, pero me da igual.
-¿Quién te lo ha dado? Dímelo o me meteré en tu mente, y se cuanto te disgusta eso.
-No lo diré, porque lo hizo obligado. Le di tal motivo que no pudo negarse.
-¿Cuál?-preguntó interesada.
- Te lo cuento esta noche.
-Está bien, pero… por favor, no leas este libro.

Me besó la frente. Rodeó el sofá y al sentarse conmigo apareció un libro sobre su regazo, justo aquel que tenía yo bajo mis brazos. En cambio apareció otro. Al mover mis brazos unas letras bañadas en oro dañaron mis brazos. El nombre del libro era “Grandes Relatos Mágicos”. Le regalé una sonrisa a Selenia y recostándome sobre ella comencé a leer hasta que, sin saber como, me quedé dormida.

Al despertar, Selenia ya no estaba. Me encontraba encogida en el sofá tapada con una manta bajo la luz de un candil. Restregué mis ojos y me estiré hasta que los huesos me crujieron.
Un ruido tras de mí me sobresaltó. Agarré la manta con fuerza y me encogí en una esquina del sofá. La manta solo dejaba a la vista mis temerosos ojos. Atisbé al fondo la figura de una persona, por la altura deducía que un hombre. ¿Un ladrón? Imposible. Ese castillo era el lugar más protegido del universo.
 El sonido de un libro estrellándose contra el suelo hizo que soltara un grito ahogado. La figura se giró y de inmediato se acercó a mí. Estaba a punto de gritar cuando la luz del candil reflejó sobre su rostro. Era Ethan. Suspiré profundamente poniéndome una mano en el pecho. El corazón me latía a toda velocidad.
-Ethan, no vuelvas  a hacer eso. Que susto me has pegado.
- Lo lamento, solo estaba mirando un libro para consultar. La señora Selenia necesita consejos sobre algo que desconozco y necesito informarme. Por ello me ha dado permiso para coger cualquier libro que necesite.
-Creí que eras un ladrón, o algo peor.
- La vi dormida y no quise despertarla, pero al final mi intento ha sido frustrado.
Aparté la manta a otro lado, estaba sudando del calor que tenía. Aún tenía la ropa de la fiesta, debía ponerme algo más cómodo enseguida, ese corsé me estaba matando.
Me levanté y agarré el libro que me había dado Selenia bajo un brazo, mientras con una mano sujetaba el candil. Mi despedida fue muy informal, demasiado para mi situación actual, pero mientras la señora Selenia no se enterase todo iba bien.

Llegué a la habitación agotada, seguía sudando muchísimo, como si estuviéramos en pleno invierno. Cuando abría la puerta ya llevaba el corsé desabrochado, al igual que la falda. El sudor bajaba por mi cuello, por mis pechos, por mi vientre… Necesitaba una ducha urgente. Dejé todo sobre la cama y fui al cuarto de baño contiguo a la habitación. Sin desenredarme el pelo anudado por el sudor me metí en la ducha y dejé que el agua fría cayera por mi cabeza y mis hombros.
Cuando acabé, me enrollé en una toalla y me miré en el espejo, tenía un aspecto espantoso. Entré en el dormitorio de nuevo y me dejé caer sobre la cama. Mi cabello empapado mojaba una de las almohadas y se quedaba tan fría como un trozo de hielo. Al mojarse la funda de la almohada mi cara se refrescaba y por un instante dejé de sudar.
Un repiqueteo sonó en la puerta, alguien llamaba. Mi voz estaba quebrada, no era capaz siquiera de contestar. Cerré los ojos. El golpeteo se hizo más fuerte y rápido hasta que cesó. Escuché como el pomo de la puerta se giraba. Al abrir los ojos se encontraba aquella sirvienta humana, Lucy. Sujetaba un bloque de ropa doblada casi más grande que ella. Observé como guardaba cada prenda con gracilidad, sin prisa y con eficacia.
Cuando acabó se acercó a la cama.

-¿Se encuentra bien señora Alesana?- preguntó preocupada- No tiene muy buena cara.
-Ahora que lo dices… no, no me encuentro demasiado bien, pero supongo que descansando un poco se me pasará.
-Si quiere puedo traerle algo caliente para comer. Se lo diré a las cocineras.
-No te molestes Lucy, no será nada grave, puede que solo sea un resfriado así que… no digas nada ¿vale? Si no se preocuparán por una tontería.

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