martes, 9 de agosto de 2011

Secret Book (Parte 1)


Abrí el libro por la primera página, ya que la vez anterior apenas lo había abierto cuando llegó Selenia. Las páginas grandes y amarillentas demostraban la antigüedad del libro, pero no hubiera sabido a ciencia cierta si lo había escrito Selenia, Reik o alguien aún más viejo. En la esquina inferior derecha estaba numerada la página con el número uno. El trazado de los números era espectacular, quien quiera que fuese el escritor había creado arte con un solo número. En la parte superior, con una caligrafía realmente hermosa, venía escrito Capítulo 1.
El comienzo del capítulo no parecía muy prometedor, era un estudio, al fin y al cabo. Explicaba qué era un Changes, como se había llevado a cabo y cual era su objetivo en la vida. Al parecer esta especie, mutación de animal y humano, fue creado para llegar a la perfección, sin embargo tal ideal no se logró debido a diversos problemas. No querían un espécimen por un lado humano y por otro animal, querían un “superhombre”, es decir, un humano con las habilidades destacables de los animales, como puede ser la velocidad de un felino. El primero de los problemas fue la voluntad humana, esta no quería doblegarse a la animal ni viceversa, por lo tanto, ambas quedaron dividas provocando así la separación de ambas partes. Otro de los problemas fue una tercera persona. Según el libro, alguien había metido sus narices donde no debía, tocando sus ¿experimentos? El escritor nunca supo quién fue el causante.

Tras leer varios capítulos llegué a la conclusión que tales “experimentos” fueron creados por la magia y no por la ciencia. Tales conocimientos, solo podían conocerse, quizás, en mi época y tampoco estaba muy segura de ello.
La puerta se abrió de par en par a mis espaldas, di un respingo y solté el libro en el suelo. Escuchaba unos pasos acercándose a mí, pero era como si nunca llegaran a su destino. Cerré los ojos y conté hasta tres. Abrí los ojos de inmediato y giré la cabeza con brusquedad. La mirada de Claude, ciertamente divertida, se posó en mi rostro. Solté un largo suspiro de alivio al comprobar que no era Selenia, me había dejado bien claro que no podía leer ese libro bajo ningún concepto. Claude se acercó a mí en silencio, se agachó y recogió el libro del suelo. Sin quitarme los ojos de encima me lo devolvió. Se sentó a mi lado y dejó la vista fija en el suelo. Claude no era de los que hablaban mucho, hablaban estrictamente lo necesario para que los demás supieran sus opiniones. Nunca malgastaba una sola palabra.
-Pensaba que lo tenías prohibido- dijo mirando hacia el libro.
-¿Cómo sabes eso?- pregunté sorprendida- ¿Te lo ha dicho ella? Seguro que te ha pedido que me vigiles de cerca. Y ahora más que nunca, ¿me equivoco?
-Sí, te equivocas. Selenia lleva bastantes horas encerrada, no quiere hablar con nadie. Por eso he venido. Quizás a ti te escuche, además ya es tarde y debéis descansar.
-¿Dónde está? ¿En su estudio?
-Sí. Pero ten cuidado, ha colocado trampas para que no la molesten. Tres personas ya han salido heridas.
-Claude, ¿te puedo pedir un favor?
-No te preocupes, tu secreto está a salvo.
Confié en su palabra y le entregué el libro. De inmediato salí de la biblioteca para llegar a su estudio. Avanzaba por los escalones de dos en dos, el cansancio no importaba, Selenia estaba irritada y todo era por mi culpa, era mi deber arreglarlo.
Al llegar al pasillo después de mucho esfuerzo, recordé las palabras de Claude. Trampas, había trampas. Antes de avanzar los primeros pasos, observé con detenimiento el suelo enmoquetado y las paredes. A simple vista no había nada. Cuidadosamente adelanté uno de mis pies. Seguía intacta. Realicé el mismo procedimiento hasta llegar a la puerta. No había ninguna trampa. ¿Habían saltado ya todas o me había engañado el anciano? Dudaba mucho que Claude me hubiera engañado, pero nunca se sabía.
Selenia estaba sentada en una silla frente a su escritorio. Tenía los codos hincados en la mesa mientras sujetaba su cabeza con las manos, No se le veía el rostro, solo su largo cabello azabache echado hacia adelante. Avancé hacia ella pero no se movió. Comencé a preocuparme al ver que no reaccionaba ante mi presencia. Le retiré el pelo y le alcé la cabeza para verle la cara. Sus ojos se tornaban oscuros y vidriosos, con la mirada ausente. Parecía drogada.
-Selenia, ¿estás bien? No tienes buena cara.
No dijo nada, solo sonrió. Definitivamente estaba drogada. Llamé a dos de los sirvientes para que me ayudaran a trasladarla al dormitorio, sin embargo no me hicieron caso. No querían acercarse a mí. Al ver que estaba sola y no encontraba a Claude, eché a Selenia sobre mis hombros y la arrastré al dormitorio. Fueron dos largos pisos de miradas acusadoras y desafiantes.
Cuando llegué al dormitorio, Selenia ya me había babeado toda la espalda. La tiré sobre la cama para tomarme un descanso. Selenia estaba completamente perdida, estaba desorientada, preguntando continuamente donde estábamos. Cuando recuperé el aliento, volví a coger a Selenia y la llevé a la ducha, supuse que una ducha fría la haría volver al mundo “real”. Sin embargo, no funcionó. Me sentía completamente inútil, sin saber qué hacer. Solo me quedaba una cosa. Acerqué como pude a Selenia hacia el inodoro, introduje dos dedos en su boca y la produje el vómito. Esa era mi única esperanza.
Selenia acabó agotada tras tanto vomitar, por lo que, con un último esfuerzo, la acerqué a la cama, retiré las sábanas,  le quité la ropa y la arropé. Su rostro había quedado demacrado, pero aun así no había perdido su belleza tan particular. Me tumbé junto a ella y la abracé.

Otra vez estaba en ese lugar oscuro. La persona quien afirmaba ser yo estaba sentada en un banco, leyendo un libro del que no alcancé ver el título. El mobiliario había cambiado respecto a la vez anterior. Cuando percibió que estaba allí, alzó la vista y sonrió. Dejó el libro en el banco y se acercó a mí corriendo, como si de una niña se tratara. Me miró de arriba a abajo y soltó una carcajada.
-Estás horrible, ¿lo sabías?
-¿Cómo ha podido cambiar esto en tan poco tiempo?- pregunté haciendo caso omiso a su comentario.
-Aquí todo cambia, depende solo de ti. Al fin y al cabo, esto- dijo señalando a mi alrededor- eres tú.
-¿Por qué estás aquí? Nunca antes te había visto y ahora sales cada vez que me duermo.
- Hasta ahora no me has necesitado.
-¿Y ahora sí? ¿Por qué?
-¿No crees que si no hubiera aparecido… ahora mismo estarías muerta?
Me quedé un momento pensando en sus palabras. Entonces, caí.
-¡Tú!- exclamé- Fue tu voz la que me hizo matar a Lucy. Soy una asesina por tu culpa.
-En realidad, si lo miras bien, es tu culpa, ya que las dos somos la misma persona. – soltó una carcajada de una lunática, parecía haber perdido el juicio.

jueves, 4 de agosto de 2011

My worst face (Parte 3)

La cabeza volvía a darme vueltas. Me acerqué a la cocina mientras intentaba no caerme al suelo. Allí estaban Claire y Ann, como cada día, haciendo que cocinaban mientras chismorreaban de todos los asuntos de la casa. Cuando me vieron entrar, ambas acudieron a mí sin perder un segundo. Menuda sorpresa, alguien seguía tratándome como un ser humano. Me senté sobre uno de los taburetes mientras sujetaba mi cabeza con ambas manos. Enredé el pelo en mis manos y cerré los ojos. En ese instante, aquella chica que afirmaba ser yo apareció en mi cabeza, pero en cuanto abrí los ojos se había ido. Miré a todas partes, e incluso volví a cerrar los ojos, pero no regresaba. Las dos mujeres me miraron asustadas.
-¿Te ocurre algo, Alesana? No tienes buena cara, estás muy paliducha.- dijo Claire mientras me tocaba la frente.
-¿Vosotras no huís? ¿A qué debo el honor?
-Vamos, no le irás a hacer caso a esos cotillas ¿verdad? No dicen más que absurdeces.- la voz de Ann estaba a punto de estallar en una carcajada.
- Ann, tú también eres muy cotilla- saltó Claire.
- Pero lo que yo digo tiene sentido.
-¿Qué es lo que dicen?-pregunté mientras bebía un vaso de agua.
- Bah, tonterías... Dicen que eres una asesina. Yo no me lo creo, pero aunque así fuera... ¡diablos! ¿Si tú eres una asesina entonces  la señora Selenia que es?
Pensé durante un instante la observación de Ann, pero no por ello me hizo sentirme mejor conmigo misma. Ellas no creían que fuera una asesina, quizás cuando lo supieran no se alejarían de mí pero podrían sentirse decepcionadas. Siempre quise mostrarme como lo más opuesto que existía a Selenia, sin embargo, en realidad, era igual que ella.
Sin decir nada abandoné la cocina. Necesitaba aire fresco y eso solo podía dármelo el único lugar que siento como mío en este castillo: los jardines.

El sol resplandecía en el cielo despejado, ni una nube llegué a avistar. Una suave brisa movía tenuemente las flores, los árboles e incluso las hojas secas de estos que descansaban a sus pies. La fría piedra que constituía el suelo se dividía en múltimiples camino alrededor de la vegetación, y me hizo recordar que no llevaba nada de calzado. Los pies se me quedaron entumecidos al primer contacto. A pesar de ello, anduve alrededor de las flores, embriagándome con su aroma y nombrándolas una por una. Rosas, claveles, gardenias... los jardines poseían varias flores de un tipo, distinguiéndose en colores y tamaños.
La tarde le dio poco a poco la bienvenida a la noche y aún no había visto ni la tercera parte de aquel maravilloso lugar. Cuando llegué a la puerta de entrada, Selenia me esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados, una posisición que la caracterizaba. Con los pies doloridos y con pequeñas piedras incrustadas en la planta, me puse frente a ella con parsimonia. Sus ojos me miraban fijamente, introduciéndose en lo más profundo de mi mente, pero al descubrir que mi mente estaba vacía, exceptuando el amargo recuerdo de Claire, relajó la cara y me tendió una de sus manos, tirando de mí hacia dentro del castillo. En el recibidor se encontraban todos los empleados, formando un pasillo. A un lado las mujeres, a otro los hombres. Todos en la misma posición: cabizbajos y con las manos sobreponiéndose en sus estómagos. Ninguno desviaba la mirada hacia mí. Selenia me cogió por lo hombros y me acercó a la servidumbre.
-¿Tenéis algo que decir, verdad?- dijo la señora de la casa con voz altiva.
- Sí, mi señora- contestaron todos al unísono, como una escena plenamente coreografiada.- Suplicamos su perdón señora Alesana. No debimos juzgarla sin saber lo ocurrido.
- No hay nada que perdonar- dije con un tono de voz extremadamente triste.
- ¡Retiraos!-ordenó Selenia.
Tras realizar una pequeña reverencia, todos volvieron a sus quehaceres.
Selenia relajó su postura excesivamente estirada y se restregó la frente con la mano. Su frente brillaba intensamente, estaba plagada de sudor. Primeramente no pude evitar echarle una mirada cargada de odio por lo dura que había sido con los sirvientes, estaban en su perfecto derecho de cuchichear a causa de lo ocurrido. Sin embargo, al verla quitarse el sudor me di cuenta de que algo no andaba bien. Tenía mala cara, sus manos temblaban. El sudor no solo era evidente en su frente, sino también en el cuello, las mejillas y la palma de las manos. Al sentir como la miraba fijamente me devolvió la mirada. Al instante saqué un pañuelo del bolsillo y se lo ofrecí. Lo cogió al instante, pero no recibí ni un insignificante “gracias”.
Subí las escaleras dejando a Selenia atrás, sin decir nada, únicamente sentía su mirada fija en mi espalda. No sabía dónde ir, pero quería alejarme de ella en ese momento, no quería tener a nadie cerca de mí. Me sentía sucia por lo que había hecho y, aunque Selenia no me juzgara, yo sí lo hacía. Inconscientemente llegué a la biblioteca. Estaba vacía, todo un alivio para mí.  Me senté en uno de los sofás, con las piernas juntas y las manos sobre las rodillas. El silencio de aquella habitación me abrumaba, continuamente me giraba por si alguien abría la puerta. Alguien que no fuera Selenia y por lo tanto, me juzgara. Llegué a la conclusión de que cuanto más estuviera ahí parada más pensaría en mi desgracia. Me levanté y me dirigí a uno de los estantes. Miré hacia arriba y allí estaba de nuevo, esperándome. El libro de los Changes.

My worst face (Parte2)

Tenía el estómago en la garganta. En unos segundos, cuando parecía que ya nada podía empeorar ocurría esto. Claude, silenciosamente, se acercó a mí y se sentó a mi lado. Me puso una mano en el hombro y sonrió levemente. Tal y como iban las cosas, no se como tenía el descaro de sonreírme. Iba a pagar muy caro lo que había hecho. La puerta se abrió golpeando fuertemente la pared. La cara de Selenia era de todo menos amistosa, más bien parecía un perro rabioso a punto de morder a alguien y quitarle algún brazo o pierna. Sus ojos ardientes de furia miraban con rapidez la habitación; ninguna esquina quedó sin su análisis. Cuando vio el cuerpo de la muchacha cerró hábilmente la puerta, apoyando su tenso tronco sobre aquella madera y respirando con rapidez. Tapándose con una mano la nariz y estirando la otra creo una pequeña bola de fuego, que impactó contra el cuerpo sin vida. A los pocos instantes le cuerpo había desaparecido. Selenia se acercó a mí y con un fuerte golpe apartó a Claude de mi lado.
-Claude, vete-ordenó.
El hombre titubeo, pero finalmente desapareció tras la puerta. Selenia temblaba de pura rabia, desviaba de vez en cuando sus ojos para que no me diera cuenta, algo imposible, al fin y al cabo.
-Alesana, ¿Qué ha pasado? No me mientas, solo dímelo. No pasará nada, te lo prometo, pero necesito saberlo.
-Yo…- comencé- Estaba en la cama recién despertada, cuando ha entrado y… me ha intentado matar. He debido perder el conocimiento o algo por el estilo, ya que al volver en mí he visto como moría entre mis manos.
Selenia asintió con la cabeza conforme con mi contestación. Agarró mi mano y tiró de mi hacia el pasillo, allí donde estaban todos los trabajadores de aquel lugar. Intenté resistirme, pero fue inútil. Tal y como me esperaba, todos los sirvientes se encontraban allí. Cocineros, mayordomos, sirvientas, jardineros… todo me miraban de arriba abajo y veían mi culpabilidad sin saber aún lo que había ocurrido. Todos murmuraban mientras me escudriñaban con sus ojos curiosos. Selenia, tan altiva como siempre, se aclaró la garganta y me pasó un brazo por el hombro.
-Aquí no hay nada que ver. ¡Volved a vuestro trabajo si no queréis perder la vida!
- Pero señora… los gritos…- dijo uno de los jardineros.
-¡He dicho que regreséis a vuestras tareas!
Nadie se atrevía a desobedecer a Selenia por nada en el mundo y menos aún si estaba con ese humor. No tardaron todos en dispersarse y volver a sus quehaceres, aunque nadie podía evitar que charlaran entre ellos y comentaran lo ocurrido. Nadie olvidaría lo ocurrido ni mucho menos, sus miradas me torturarían cada día. En la cocina, en el jardín, en el comedor… incluso en el sótano los guardias y presos. Con esa ala del castillo completamente vacío, Selenia suspiró transmitiendo un profundo alivio. Sin decir nada se evaporó en una nube de humo y me dejó sola. Entré de nuevo en el dormitorio con el propósito de meterme en la cama, pero no estaba sola. Claude estaba allí, tocando una de las lámparas suavemente. ¿Cuándo había entrado? Cerré la puerta con cuidado, sin fuerzas, porque a decir verdad no me apetecía hacer nada en esos instantes excepto dormir hasta el día y siguiente y comprobar que todo había sido un mal sueño. Claude se levantó de la cama y se acercó con la cabeza ligeramente agachada.
-Te he otorgado un regalo de bodas anticipado, no lo desperdicies-susurró cuando llegó a mi altura- Sería una autentica lástima.
El anciano desapareció tras la puerta. Durante unos instantes me quedé pensando en sus palabras. ¿Qué quería decir con eso?
Fui al baño para refrescarme la cara, el cuello... pero cuando miré mis manos no pude para de frotar con el jabón. Me sentía sucia. Me había convertido en una asesina.
Con el cuerpo y la mente débiles, me apoyé sobre la puerta del dormitorio, necesitaba escuchar si aún quedaba alguien tras ese muro. Fue una grata sorpresa descubrir que no se oía ni el más mínimo murmullo, no habían vuelto a la puerta. Suspiré aliviada mientras las últimas palabras de Claude seguían retumbando en mi cabeza. Tenía que encontrarle para que me lo explicara, pero posiblemente ya se habría ido.
Tras la puerta del dormitorio, el pasillo se encontraba vacío, la multitud había regresado a sus labores. Con los pies descalzos, caminé sobre la aterciopelada moqueta de la estrecha estancia. Con el ánimo por lo suelos, llegué a las escaleras donde dos amas de llaves charlaban sin malicia, sin embargo, al pasar por su lado, sus ojos temerosos que me escudriñaban no me fueron indiferentes. Bajé cada escalón con sumo cuidado para no tropezar y caer rodando. Deseando que todo fuera un mal sueño, empecé a llorar como una niña que acaba de despertar de una pesadilla.
La planta de abajo estaba igual de desierta que la de arriba. Casi suponía un alivio que no hubiera más personas que me miraran como si fuera un monstruo, aunque lo fuera. ¿A caso ya sabían lo que había ocurrido? El cuerpo inerte continuaba en la habitación, nadie había sido capaz de moverlo, no sabía si por miedo, asco o para darme una lección. En cuanto bajé el último escalón noté rápidamente cómo la moqueta se esfumaba para convertirse en un frío y duro parqué. El temblor causado por la frialdad del suelo me recorrió todo el cuerpo. 

martes, 2 de noviembre de 2010

My Worst Face (Parte 1)


La chica afirmaba ser yo, además de estar ambas dentro de mí. Esas palabras eran siniestras, y por muchas aventuras fantásticas que hubiera tenido, esto no tenía ni pies ni cabeza. Mi mente se negaba a creerla aunque me diera los mejores argumentos.

Entrelacé mis dedos y apoyé los codos sobre la mesa, dejando así reposar mi cabeza sobre las manos. La muchacha se levantó de su asiento y comenzó a andar en círculos alrededor de la mesa y ambas sillas. Sus ojos estaban fijos en el suelo, mirando cada paso que fuera a dar, hasta que, sin saber como, se paró en mi espalda tras unas cuantas vueltas. Apoyó sus manos en mis hombros, dejando que todo el peso cayera sobre mí. Era tal la presión que sufría a mis espaldas que mis codos se desequilibraron y mi cabeza hizo un amago de golpearse contra la mesa. Por fortuna ese golpe no llegó a producirse. La chica me tenía abrazada contra ella, con sus manos aferrándose a mí bajo mis pechos.
-Ten cuidado.
Agarró la silla y la giró hacia ella. Se abrazó a mi cuello y me besó dulcemente.

Desperté en el dormitorio. Claude continuaba allí, estaba sentado en una silla mirando fijamente el suelo, ausente de aquella habitación y todo lo que le concernía. Cuando se dio cuenta que mis ojos se habían abierto se levantó sobresaltado, casi diría que emocionado.
Colocó sus manos en mi cara y me miró fijamente. Sus ojos brillaban emocionados y una sonrisa malvada se dibujo en su rostro. Sus  cejas se arqueaban exageradamente. Gozando de su emoción ignoró las facciones que se reflejaban en su cara, esas expresiones de un  triunfo glorioso decoradas con una ligera maldad.
Con un grito ahogado se dejó caer sobre la silla. La sonrisa no se iba de sus labios.
Selenia entró apresuradamente; habría escuchado la silla arrastrarse por la caída del cuerpo de Claude. Dejando la puerta abierta se acercó a la cama y se acomodó junto a mí.
-¿Estás bien, Al?
-Si… estoy bien. Algo aturdida quizás, pero el malestar se ha ido.
-Fantástico- dijo mientras se levantaba y posaba su mano sobre el hombro de Claude- Gracias Claude, sabía que podía contar contigo.
-Siempre estaré a su servicio, mi señora. Ahora si me disculpáis, debo ir a más lugares en el día de hoy.
El hombre, quien permanecía sonriente, se marchó cerrando la puerta a sus espaldas.

Me incorporé con suavidad mientras observaba a Selenia. Se había sentado en la silla donde había estado sentado Claude; sus codos se hincaron en los brazos del asiento y apoyó su cabeza en una de sus manos. Con una tenue sonrisa en sus labios, cerraba los ojos suavemente hasta que se quedó dormida. Su temperamento era relajado cuando dormía, a pesar de ello nunca la había visto sonreír de una manera tan dulce. Su risa siempre era sarcástica o provocadora, jamás dulce. Cuando volvió a abrir los ojos se marchó sin decir nada.
Estaba imaginando un mundo en el que Selenia no fuera quien era, sino que era de nuevo Miriam, cuando llamaron a la puerta. Sin esperar a que diera una respuesta, Lucy apareció y avanzó unos pasos. Sus ojos estaban entornados; sus labios fruncidos. Caminaba hacia mí con pasos cortos y elegantes mientras escondía tras de sí ambas manos. Cuando estaba a escasos pasos de mí, sacó a relucir una de sus manos, la cual sujetaba un puñal dorado. Mostrando una maliciosa sonrisa, alzó su mano con afán de clavarme el arma. Mi cuerpo estaba totalmente paralizado por el miedo y mi voz no era capaz de emitir ningún sonido. ¿Qué estaba haciendo Lucy? ¿Por qué quería matarme?
Una voz despertó en mi mente.
-Alesana, hazlo,  no temas. Déjate llevar.
Mi mano se movió instantáneamente hacia el cuello de la joven y la empujé hacia la pared. El miedo se había esfumado, y por causas desconocidas… deseaba matarla. Presionando su garganta, ahora con ambas manos, Lucy trataba de gritar pidiendo auxilio, pero en pocos minutos sus inútiles intentos de reclamar una ayuda, cesaron. Lucy había dejado de respirar.
Solté su cuerpo inmóvil y cayó al suelo con brusquedad. Dando pequeños pasos hacia atrás me topé con la cama de nuevo. Me desplomé sobre ella mirando mis manos, las cuales ardían y soportaban el flujo de la sangre impidiendo que saliera de ellas.
Los ojos de Lucy permanecían abiertos, desorbitados, fijados en mí.
-¿Qué he hecho?- pregunté en voz alta. Mi voz temblorosa retumbaba en mis oídos.- No ha sido culpa mía. Ella quería matarme.
Mi cabeza no paraba de recordar la reacción que había tenido. Aquella voz… Sí, definitivamente había sido la voz la que me había impulsado a hacerlo.
Un fuerte murmullo traspasaba las paredes; tras la puerta había varias personas. Debían haber escuchado los alaridos de Lucy. De un salto me levanté de la cama, mordí mis uñas hasta que ya no había nada que morder, solo carne. La habitación era grande, pero no había escapatoria, solo un baño en el que encerrarme y una ventana que si la saltaba daría la bienvenida a la señora Muerte. Ninguna de las dos opciones era muy eficaz y el murmullo cada vez era más intenso. El agobio era insoportable. Las lágrimas comenzaban a bañar mi cara. Lo daba todo por perdido, cuando escuché una voz conocida. Era Claude. Su grave voz acalló todo aquel jaleo y sin pensárselo dos veces abrió la puerta. El cuerpo de Lucy impedía que la puerta se abriera con facilidad, por lo que, de una patada, lo aparté un poco.
El anciano entró exhausto a la habitación. Jadeante me miró sin percatarse del cuerpo inmóvil que tenía al lado. Cuando vio la manera en la que estaba llorando intentó acercarse, pero se tropezó con algo. Los pies de Lucy. Claude miró a la sirvienta y luego a mí, su mirada iba de la una a la otra rápidamente. Se restregó los ojos y sin decir una palabra, solo con su mano, señaló que me acercara. Con cautelosos pasos me dirigí hacia él. La servidumbre del castillo aún continuaba tras la puerta y conseguía que dudara en cada paso que daba. Una vez frente a Claude, este me puso una mano en el hombro.
-¿Qué ha pasado? ¿Y esta muchacha?- su voz no transmitía ningún tipo de sentimiento.
-Ella, ella… trató de matarme, y yo… únicamente quería defenderme.
-Tranquilízate. Vamos a esperar a Selenia, no creo que tarde mucho.
-¡No!-grité- Selenia no puede enterarse.
-Alesana, a ella no le puedes ocultar nada. Parece mentira que aún no lo sepas. La esperaremos y nos contarás con detalles todo lo que pasó.
Las piernas comenzaron a flaquearme. Volví a dar vueltas por la habitación mientras veía como Claude examinaba el cuerpo de Lucy. Su cara permanecía con la boca abierta por los alaridos que había dado. Así la dí muerte, pidiendo auxilio y suplicando por su vida.
Las voces asustadas de las personas de fuera me volvían loca, tenía ganas de chillar. Me senté en la cama una vez más, apoyando la cabeza sobre mis manos, intentando encontrar una idea para salir de este problema. Pero por más que lo pensaba solamente veía muerte. El ruido de fuera, de repente cesó. Claude y yo nos miramos; los dos habíamos pensado lo mismo. Selenia ya se había dado cuenta de tal alboroto y había subido para averiguar que ocurría. 

domingo, 1 de agosto de 2010

The Great Answer (Parte 3)

La oscuridad me entrelazó entre sus largos y finos brazos. El silencio taponó mis oídos, dando pequeñas punzadas en ellos. Los tapé con fuerza con mis manos intentando suprimir el dolor pero solo se hacía más intenso.

Aquella oscuridad me dejó caer en ella, absorbiendo cada parte de mi cuerpo y de mi mente. Traté de gritar pero el silencio era más fuerte que mi propia voz y tapaba el sonido de mis gritos.

Tras minutos, o quizás horas, de pura agonía, vi bajo mis pies una plataforma circular con antorchas en la periferia, iluminándola, dejando ver el suelo de piedra sobre el que iba a caer de bruces. Mis gritos se volvieron más intensos a pesar de que no se escucharan. Moriría en aquella caída, de eso estaba segura.

Contra todo pronóstico, mi cuerpo comenzó a frenarse lentamente hasta dejar mi cuerpo levitando a escasos centímetros del suelo. Pensaba que mis poderes no funcionarían en aquel lugar. Me senté en aquel suelo, abrazando mis rodillas asustada.

Todo era muy extraño.

Las llamas flameaban a mi alrededor con intensidad, estaban apunto de encerrarme entre ellas, abrasándome.

Un pequeño canto escuché lejano. Una dulce voz tarareaba una melodía hermosa.

De la oscuridad emergió la figura de una chica. Su cabello era oscuro y largo, sus ojos azul intenso, y su estatura… era bastante bajita, de mi altura. La chica fue acercándose a mí, arrastrando sus descalzos pies sobre las piedras y sin cesar de tararear. Era bella. Su tez pálida realzaba su cabello azabache. Su voz dejó de emitir cualquier sonido. Adelantó su mano hacia mí y me miró con sobriedad.

-Hola Alesana ¿cómo te encuentras?

-¿Quién eres? ¿Cómo conoces mi nombre?

- Si vienes conmigo te lo contaré.

Tomé su mano y me levanté. Sin soltarme me llevó a través de la oscuridad. Su cuerpo relució como si fuera una estrella.

El silencio volvió a taparme los oídos. Me frené en seco y me encogí. La muchacha me abrazó entre sus delgados brazos.

-No luches contra el silencio, si formas parte de él no te dañará.

No entendía lo que me quería decir, era imposible formar parte del silencio. La joven siguió arrastrándome por aquel lugar sin horizonte. A pesar de no haber límites, sabía muy bien por donde iba, o al menos lo parecía, pues no dudaba cuando había que girar.

El silencio se volvió casi inexistente. La chica tenía razón y ya la entendía, si lo ignoraba no me dañaría.

Pasado un breve tiempo comencé a avistar otra circunferencia como en la que había caído, solo que esta era más grande y con dos sillas y una mesa de cristal. Nos acercamos a ellas y me ofreció asiento. La muchacha sonreía ampliamente.

-Me alegra que estés aquí, pensaba que jamás te vería.

-¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

-¿No conoces el lugar? Que extraño. Deberías observarlo bien, quizás lo averiguas pronto.

-No es necesario, no hay nada que observar. No he estado en este lugar en mi vida.

-Te equivocas. Estás dentro de ti.

-¿Dentro de mí?

-Así es, y me alegro que hayas venido, tenemos mucho de lo que hablar.

-¿Hablar? Ni siquiera se quien eres.

- ¿No me conoces? ¿No te conoces a ti misma?- creó una sonrisa pícara en su dulce rostro.

The Great Answer (Parte 2)

La joven asintió, y tras otra reverencia salió de la habitación silenciosamente.

El calor volvía abrumarme. Quería dormir, descansar un poco para que se esfumara ese malestar, pero al sentir tanto calor me resultaba imposible. Los músculos me dolían, por lo que tampoco podía moverme.

Cerré los ojos de nuevo. Recordé la textura del libro sobre los Changes, aterciopelada y con las letras en relieve. Me hubiera encantado leerlo pero estaba claro que a Selenia le molestaba. Y eso era otra cosa, como le decía a Selenia que aceptaba su proposición. Aún no me lo había pensado pero mi cabeza incauta fue la única razón que me dio para obtener el libro. Temía el momento de hablar con Selenia, y más en ese estado. Cuanto más lo evitara mejor.

El frescor de mi cara se había esfumado de nuevo, el sudor recorría mis sienes desde el cuero cabelludo.

La puerta se abrió apresuradamente. Selenia se fue al baño y escuché como las arcadas arremetían contra su boca. Recordé entonces el momento en el que me dijo que estaba enferma. Nunca hubiera imaginado que los vampiros pudieran morir.

Minutos más tarde salió Selenia limpiándose la cara con una toalla. Cuando me vio tirada en la cama y con ese aspecto, su mirada cambio y en menos de un segundo estaba sentada a mi lado. Puso su mano sobre mi cabeza y al instante la quitó. Estaba asustada, sus ojos lo decían.

-Qué te ocurre Al?-su voz era jadeante- Estás ardiendo. ¿Llamo a uno de mis médicos? ¿Que necesitas?- estaba atacada.

-Selenia- el sonido quebrado de mis cuerdas vocales aún permanecía ahí- no te preocupes, solo necesito descansar. Ya se lo he dicho antes a Lucy…

-¿Quién?

-Lucy, la sirvienta humana.

-¿Lo sabía y no me ha informado? Haré que se encarguen de ella.

-No Selenia, yo le supliqué que no te dijera nada, no quería preocuparte por algo insignificante.

Selenia se levantó haciendo caso omiso a mi comentario. Afortunadamente agarré una de sus manos antes de que se fuera demasiado lejos. Con ojos suplicantes la miré, intentando proteger la vida de esa chica. Al fin y al cabo, ella no tenía la culpa de nada.

Volvió a sentarse en la cama y dejó dos dedos sobre mi frente, esa sensación fría conseguía calmarme unos instantes, aunque luego regresara más intensamente.

El rostro de aquella mujer se mostraba preocupado, y por primera vez no estaba preocupada porque alguno de sus magníficos panes se hubiera desviado de su rumbo, estaba preocupada por mí. Quizás, a pesar de lo que pretendía aparentar, tenía algo de luz en ese corazón tan oscuro.

Durante horas permanecí tirada en aquella cama, sujetada por Selenia, quien no se había movido ni para cambiar de postura. Seguía con la espalda medio encorvada, cansada de sostenerse sin ningún apoyo, y sujetándome la mano.

Un par de toques en la puerta captaron mi atención.

Un hombre mayor de aspecto malvado apareció tras la puerta. Su pelo negro azabache iba a juego con su barba kilométrica. Vestido con una túnica color berenjena, adornada con dos cintas doradas del cuello a los pies, su aspecto era tan temible como el malo de un cuento: cara de mal humor, arrugas acentuadas y extremadamente delgado. Con una sonrisa más malvada que sobria se acercó a nosotras apoyado en un bastón de madera más grande que él.

Selenia soltó mi mano para coger una de las de él.

-Bienvenido Claude- dijo besándole la mano cogida- Me alegra que te hayas tomado tanta molestia en venir, pero es urgente.

-Mi querida Selenia, eres como una hija para mí, no podía negarme.

La relación que tenían parecía muy cercana, sino no se hubiera atrevido a tutear a Selenia. Además ella no se habría molestado por ello.

El anciano me miró, sus ojos negros me enturbiaron la mente. Eran fríos y desalmados, como si le hubiera vendido su alma al diablo. No me daba buena espina.

Selenia me soltó la mano. Con ojos suplicantes le pedí que no me dejara, pero me dio un beso en la frente y abandonó la habitación.

Aferré la colcha con la poca fuerza que me quedaba. El llamado Claude se sentó a mi lado, justo donde estaba Selenia.

-Tú debes ser Alesana, ¿verdad? Mi nombre es Claude Vanis.

Asentí sintiendo el estómago en la garganta.

- A pesar de que le hayas pedido a Selenia que no avisara a nadie, me ha llamado para que te cure. Espero que no te moleste.

Selenia no había salido de la habitación en ningún momento, estaba confusa ¿cómo le había avisado? Claude se quedó mirándome e inmediatamente tocó un par de veces una de sus sienes con un dedo.

-Me lo ha dicho telepáticamente. Es extraño que no hayas caído en ello.

Por un instante había pensado que Selenia era humana, una persona normal, sin poderes, sin sangre… Pero una vez más había despertado de mi ilusión.

Claude me giró poniéndome boca arriba. Mis manos ya habían aflojado la colcha y se tendían relajadas sobre el colchón. El anciano cogió la toalla y la abrió por completo dejándome desvestida. Antes de que pudiera decir nada, Claude habló.

-No voy a hacerte nada, solo voy a revisar si es algo que se puede deducir simple vista o no.

Exhalé un suspiro de alivio.

El hombre comenzó a palpar cada centímetro de mi cuerpo, con cara pensativa y concentrado en lo que hacía. Cuando acabó negó con la cabeza.

El miedo volvió a adueñarse de mí. ¿Qué significaba esa negación? ¿Me iba a morir? Mis manos agarraron de nuevo la tela. Ese movimiento no le fue indiferente a Claude, quien rápidamente modificó su rostro pensativo en uno sobrio.

-Alesana… si quieres curarte… voy a tener que dormirte unas horas, pero… tal y como deber de médico he de preguntarte si me lo consientes o no.

¿Dormirme? ¿Qué me pasaba? Estaba completamente atemorizada, no acababa de fiarme de aquel hombre, pero no podía decirlo, no siendo tan allegado a Selenia. Quizás ya sabía lo que pensaba y pretendía dormirme para matarme. Claude sonrió. Definitivamente lo sabía.

Me encontraba terriblemente mal. Los sudores habían vuelto y las nauseas se repetían una y otra vez. Si quería volver a estar como una rosa no me quedaba más remedio que aceptar la oferta y fiarme de aquel hombre.

Miré directamente a sus ojos negros. Aunque me costaba mantenerle la mirada, aguante para demostrarle que estaba segura de la decisión que acababa de tomar y aceptaba a que me durmiera. Si hubiera intentado decírselo con palabras, mi voz se habría quebrado por completo a mitad de camino.

Claude se irguió sobre esos dos palos cubiertos de piel a los que llamaba piernas. Colocó ambas manos sobre mis ojos y momentos más tarde mi mente aturdida me abandonó.

viernes, 23 de julio de 2010

The Great Answer (Parte 1)

Ethan miró hacia abajo sorprendido por mi repentina respuesta. Antes de que mi lengua volviera a secarse con otro discurso, agarró el libro, y raudo descendió por la escalera.
Como si fuera ya una costumbre, se inclinó ante mí a pesar de que conocía me aberración por ese acto, ofreciéndome el libro.
Me resultó imposible enfadarme con él, me había sido leal por esa insignificante frase.
Aferré el libro contra mi pecho antes de que el joven cambiara de opinión. Me agaché frente a él y le miré a los ojos. Ni aun sabiendo que estaba frente a él levantó la vista para cruzarse con la mía. Sus ojos estaban abiertos de par en par y fijos en el suelo.
Con una mano alcé su cabeza. Sus ojos brillaban, no sabía si de emoción por el futuro enlace o por temor de tener a otra persona a quien servir exhaustamente.
-La señora Selenia debe estar dando saltos de alegría.
-Ella aún no lo sabe
-¿Cómo que no? ¿Por qué? Si me permite el atrevimiento.
-Necesitaba pensarlo.
Me levanté y cogí una de sus manos para alzarle. El libro estaba en mi axila, sujetándolo con fuerza con el brazo. En cuanto Ethan y el soldado desaparecieran, lo leería emocionada.
Minutos más tarde mi deseo se hizo realidad. Los dos hombres abandonaron la biblioteca y me quedé a solas con el majestuoso libro. Inmediatamente me senté en el sofá y abrí el libro, inspirando hondo para captar su aroma. Era muy antiguo así que debía tener cuidado para no romperlo.
Estaba disfrutando del tacto y el aroma de aquel libro, cuando la puerta se abrió repentinamente.
Los pasos de Selenia eran inconfundibles. En menos de un segundo la sentía sobre mi espalda. Cerré el libro rauda y tapé la portada con mis brazos. Alcé la cabeza y me encontré con el rostro serio de Selenia, ese que tan poco me gustaba. Sus labios dibujaban una mueca sufrida.
-¿Qué haces, Al?
- Cazar gamusinos ¿no lo ves?- dije sarcásticamente. Esperaba que entendiera esa frase.
-¿Qué has dicho?- dijo asombrada- Da lo mismo. ¿Qué haces leyendo ese libro? ¿No te han dicho que ese libro no se puede leer?
Genial, me había pillado. Era una ilusa al pensar que podría engañarla.
-Claro que me lo han dicho, pero me da igual.
-¿Quién te lo ha dado? Dímelo o me meteré en tu mente, y se cuanto te disgusta eso.
-No lo diré, porque lo hizo obligado. Le di tal motivo que no pudo negarse.
-¿Cuál?-preguntó interesada.
- Te lo cuento esta noche.
-Está bien, pero… por favor, no leas este libro.

Me besó la frente. Rodeó el sofá y al sentarse conmigo apareció un libro sobre su regazo, justo aquel que tenía yo bajo mis brazos. En cambio apareció otro. Al mover mis brazos unas letras bañadas en oro dañaron mis brazos. El nombre del libro era “Grandes Relatos Mágicos”. Le regalé una sonrisa a Selenia y recostándome sobre ella comencé a leer hasta que, sin saber como, me quedé dormida.

Al despertar, Selenia ya no estaba. Me encontraba encogida en el sofá tapada con una manta bajo la luz de un candil. Restregué mis ojos y me estiré hasta que los huesos me crujieron.
Un ruido tras de mí me sobresaltó. Agarré la manta con fuerza y me encogí en una esquina del sofá. La manta solo dejaba a la vista mis temerosos ojos. Atisbé al fondo la figura de una persona, por la altura deducía que un hombre. ¿Un ladrón? Imposible. Ese castillo era el lugar más protegido del universo.
 El sonido de un libro estrellándose contra el suelo hizo que soltara un grito ahogado. La figura se giró y de inmediato se acercó a mí. Estaba a punto de gritar cuando la luz del candil reflejó sobre su rostro. Era Ethan. Suspiré profundamente poniéndome una mano en el pecho. El corazón me latía a toda velocidad.
-Ethan, no vuelvas  a hacer eso. Que susto me has pegado.
- Lo lamento, solo estaba mirando un libro para consultar. La señora Selenia necesita consejos sobre algo que desconozco y necesito informarme. Por ello me ha dado permiso para coger cualquier libro que necesite.
-Creí que eras un ladrón, o algo peor.
- La vi dormida y no quise despertarla, pero al final mi intento ha sido frustrado.
Aparté la manta a otro lado, estaba sudando del calor que tenía. Aún tenía la ropa de la fiesta, debía ponerme algo más cómodo enseguida, ese corsé me estaba matando.
Me levanté y agarré el libro que me había dado Selenia bajo un brazo, mientras con una mano sujetaba el candil. Mi despedida fue muy informal, demasiado para mi situación actual, pero mientras la señora Selenia no se enterase todo iba bien.

Llegué a la habitación agotada, seguía sudando muchísimo, como si estuviéramos en pleno invierno. Cuando abría la puerta ya llevaba el corsé desabrochado, al igual que la falda. El sudor bajaba por mi cuello, por mis pechos, por mi vientre… Necesitaba una ducha urgente. Dejé todo sobre la cama y fui al cuarto de baño contiguo a la habitación. Sin desenredarme el pelo anudado por el sudor me metí en la ducha y dejé que el agua fría cayera por mi cabeza y mis hombros.
Cuando acabé, me enrollé en una toalla y me miré en el espejo, tenía un aspecto espantoso. Entré en el dormitorio de nuevo y me dejé caer sobre la cama. Mi cabello empapado mojaba una de las almohadas y se quedaba tan fría como un trozo de hielo. Al mojarse la funda de la almohada mi cara se refrescaba y por un instante dejé de sudar.
Un repiqueteo sonó en la puerta, alguien llamaba. Mi voz estaba quebrada, no era capaz siquiera de contestar. Cerré los ojos. El golpeteo se hizo más fuerte y rápido hasta que cesó. Escuché como el pomo de la puerta se giraba. Al abrir los ojos se encontraba aquella sirvienta humana, Lucy. Sujetaba un bloque de ropa doblada casi más grande que ella. Observé como guardaba cada prenda con gracilidad, sin prisa y con eficacia.
Cuando acabó se acercó a la cama.

-¿Se encuentra bien señora Alesana?- preguntó preocupada- No tiene muy buena cara.
-Ahora que lo dices… no, no me encuentro demasiado bien, pero supongo que descansando un poco se me pasará.
-Si quiere puedo traerle algo caliente para comer. Se lo diré a las cocineras.
-No te molestes Lucy, no será nada grave, puede que solo sea un resfriado así que… no digas nada ¿vale? Si no se preocuparán por una tontería.