martes, 2 de noviembre de 2010

My Worst Face (Parte 1)


La chica afirmaba ser yo, además de estar ambas dentro de mí. Esas palabras eran siniestras, y por muchas aventuras fantásticas que hubiera tenido, esto no tenía ni pies ni cabeza. Mi mente se negaba a creerla aunque me diera los mejores argumentos.

Entrelacé mis dedos y apoyé los codos sobre la mesa, dejando así reposar mi cabeza sobre las manos. La muchacha se levantó de su asiento y comenzó a andar en círculos alrededor de la mesa y ambas sillas. Sus ojos estaban fijos en el suelo, mirando cada paso que fuera a dar, hasta que, sin saber como, se paró en mi espalda tras unas cuantas vueltas. Apoyó sus manos en mis hombros, dejando que todo el peso cayera sobre mí. Era tal la presión que sufría a mis espaldas que mis codos se desequilibraron y mi cabeza hizo un amago de golpearse contra la mesa. Por fortuna ese golpe no llegó a producirse. La chica me tenía abrazada contra ella, con sus manos aferrándose a mí bajo mis pechos.
-Ten cuidado.
Agarró la silla y la giró hacia ella. Se abrazó a mi cuello y me besó dulcemente.

Desperté en el dormitorio. Claude continuaba allí, estaba sentado en una silla mirando fijamente el suelo, ausente de aquella habitación y todo lo que le concernía. Cuando se dio cuenta que mis ojos se habían abierto se levantó sobresaltado, casi diría que emocionado.
Colocó sus manos en mi cara y me miró fijamente. Sus ojos brillaban emocionados y una sonrisa malvada se dibujo en su rostro. Sus  cejas se arqueaban exageradamente. Gozando de su emoción ignoró las facciones que se reflejaban en su cara, esas expresiones de un  triunfo glorioso decoradas con una ligera maldad.
Con un grito ahogado se dejó caer sobre la silla. La sonrisa no se iba de sus labios.
Selenia entró apresuradamente; habría escuchado la silla arrastrarse por la caída del cuerpo de Claude. Dejando la puerta abierta se acercó a la cama y se acomodó junto a mí.
-¿Estás bien, Al?
-Si… estoy bien. Algo aturdida quizás, pero el malestar se ha ido.
-Fantástico- dijo mientras se levantaba y posaba su mano sobre el hombro de Claude- Gracias Claude, sabía que podía contar contigo.
-Siempre estaré a su servicio, mi señora. Ahora si me disculpáis, debo ir a más lugares en el día de hoy.
El hombre, quien permanecía sonriente, se marchó cerrando la puerta a sus espaldas.

Me incorporé con suavidad mientras observaba a Selenia. Se había sentado en la silla donde había estado sentado Claude; sus codos se hincaron en los brazos del asiento y apoyó su cabeza en una de sus manos. Con una tenue sonrisa en sus labios, cerraba los ojos suavemente hasta que se quedó dormida. Su temperamento era relajado cuando dormía, a pesar de ello nunca la había visto sonreír de una manera tan dulce. Su risa siempre era sarcástica o provocadora, jamás dulce. Cuando volvió a abrir los ojos se marchó sin decir nada.
Estaba imaginando un mundo en el que Selenia no fuera quien era, sino que era de nuevo Miriam, cuando llamaron a la puerta. Sin esperar a que diera una respuesta, Lucy apareció y avanzó unos pasos. Sus ojos estaban entornados; sus labios fruncidos. Caminaba hacia mí con pasos cortos y elegantes mientras escondía tras de sí ambas manos. Cuando estaba a escasos pasos de mí, sacó a relucir una de sus manos, la cual sujetaba un puñal dorado. Mostrando una maliciosa sonrisa, alzó su mano con afán de clavarme el arma. Mi cuerpo estaba totalmente paralizado por el miedo y mi voz no era capaz de emitir ningún sonido. ¿Qué estaba haciendo Lucy? ¿Por qué quería matarme?
Una voz despertó en mi mente.
-Alesana, hazlo,  no temas. Déjate llevar.
Mi mano se movió instantáneamente hacia el cuello de la joven y la empujé hacia la pared. El miedo se había esfumado, y por causas desconocidas… deseaba matarla. Presionando su garganta, ahora con ambas manos, Lucy trataba de gritar pidiendo auxilio, pero en pocos minutos sus inútiles intentos de reclamar una ayuda, cesaron. Lucy había dejado de respirar.
Solté su cuerpo inmóvil y cayó al suelo con brusquedad. Dando pequeños pasos hacia atrás me topé con la cama de nuevo. Me desplomé sobre ella mirando mis manos, las cuales ardían y soportaban el flujo de la sangre impidiendo que saliera de ellas.
Los ojos de Lucy permanecían abiertos, desorbitados, fijados en mí.
-¿Qué he hecho?- pregunté en voz alta. Mi voz temblorosa retumbaba en mis oídos.- No ha sido culpa mía. Ella quería matarme.
Mi cabeza no paraba de recordar la reacción que había tenido. Aquella voz… Sí, definitivamente había sido la voz la que me había impulsado a hacerlo.
Un fuerte murmullo traspasaba las paredes; tras la puerta había varias personas. Debían haber escuchado los alaridos de Lucy. De un salto me levanté de la cama, mordí mis uñas hasta que ya no había nada que morder, solo carne. La habitación era grande, pero no había escapatoria, solo un baño en el que encerrarme y una ventana que si la saltaba daría la bienvenida a la señora Muerte. Ninguna de las dos opciones era muy eficaz y el murmullo cada vez era más intenso. El agobio era insoportable. Las lágrimas comenzaban a bañar mi cara. Lo daba todo por perdido, cuando escuché una voz conocida. Era Claude. Su grave voz acalló todo aquel jaleo y sin pensárselo dos veces abrió la puerta. El cuerpo de Lucy impedía que la puerta se abriera con facilidad, por lo que, de una patada, lo aparté un poco.
El anciano entró exhausto a la habitación. Jadeante me miró sin percatarse del cuerpo inmóvil que tenía al lado. Cuando vio la manera en la que estaba llorando intentó acercarse, pero se tropezó con algo. Los pies de Lucy. Claude miró a la sirvienta y luego a mí, su mirada iba de la una a la otra rápidamente. Se restregó los ojos y sin decir una palabra, solo con su mano, señaló que me acercara. Con cautelosos pasos me dirigí hacia él. La servidumbre del castillo aún continuaba tras la puerta y conseguía que dudara en cada paso que daba. Una vez frente a Claude, este me puso una mano en el hombro.
-¿Qué ha pasado? ¿Y esta muchacha?- su voz no transmitía ningún tipo de sentimiento.
-Ella, ella… trató de matarme, y yo… únicamente quería defenderme.
-Tranquilízate. Vamos a esperar a Selenia, no creo que tarde mucho.
-¡No!-grité- Selenia no puede enterarse.
-Alesana, a ella no le puedes ocultar nada. Parece mentira que aún no lo sepas. La esperaremos y nos contarás con detalles todo lo que pasó.
Las piernas comenzaron a flaquearme. Volví a dar vueltas por la habitación mientras veía como Claude examinaba el cuerpo de Lucy. Su cara permanecía con la boca abierta por los alaridos que había dado. Así la dí muerte, pidiendo auxilio y suplicando por su vida.
Las voces asustadas de las personas de fuera me volvían loca, tenía ganas de chillar. Me senté en la cama una vez más, apoyando la cabeza sobre mis manos, intentando encontrar una idea para salir de este problema. Pero por más que lo pensaba solamente veía muerte. El ruido de fuera, de repente cesó. Claude y yo nos miramos; los dos habíamos pensado lo mismo. Selenia ya se había dado cuenta de tal alboroto y había subido para averiguar que ocurría.