jueves, 4 de agosto de 2011

My worst face (Parte 3)

La cabeza volvía a darme vueltas. Me acerqué a la cocina mientras intentaba no caerme al suelo. Allí estaban Claire y Ann, como cada día, haciendo que cocinaban mientras chismorreaban de todos los asuntos de la casa. Cuando me vieron entrar, ambas acudieron a mí sin perder un segundo. Menuda sorpresa, alguien seguía tratándome como un ser humano. Me senté sobre uno de los taburetes mientras sujetaba mi cabeza con ambas manos. Enredé el pelo en mis manos y cerré los ojos. En ese instante, aquella chica que afirmaba ser yo apareció en mi cabeza, pero en cuanto abrí los ojos se había ido. Miré a todas partes, e incluso volví a cerrar los ojos, pero no regresaba. Las dos mujeres me miraron asustadas.
-¿Te ocurre algo, Alesana? No tienes buena cara, estás muy paliducha.- dijo Claire mientras me tocaba la frente.
-¿Vosotras no huís? ¿A qué debo el honor?
-Vamos, no le irás a hacer caso a esos cotillas ¿verdad? No dicen más que absurdeces.- la voz de Ann estaba a punto de estallar en una carcajada.
- Ann, tú también eres muy cotilla- saltó Claire.
- Pero lo que yo digo tiene sentido.
-¿Qué es lo que dicen?-pregunté mientras bebía un vaso de agua.
- Bah, tonterías... Dicen que eres una asesina. Yo no me lo creo, pero aunque así fuera... ¡diablos! ¿Si tú eres una asesina entonces  la señora Selenia que es?
Pensé durante un instante la observación de Ann, pero no por ello me hizo sentirme mejor conmigo misma. Ellas no creían que fuera una asesina, quizás cuando lo supieran no se alejarían de mí pero podrían sentirse decepcionadas. Siempre quise mostrarme como lo más opuesto que existía a Selenia, sin embargo, en realidad, era igual que ella.
Sin decir nada abandoné la cocina. Necesitaba aire fresco y eso solo podía dármelo el único lugar que siento como mío en este castillo: los jardines.

El sol resplandecía en el cielo despejado, ni una nube llegué a avistar. Una suave brisa movía tenuemente las flores, los árboles e incluso las hojas secas de estos que descansaban a sus pies. La fría piedra que constituía el suelo se dividía en múltimiples camino alrededor de la vegetación, y me hizo recordar que no llevaba nada de calzado. Los pies se me quedaron entumecidos al primer contacto. A pesar de ello, anduve alrededor de las flores, embriagándome con su aroma y nombrándolas una por una. Rosas, claveles, gardenias... los jardines poseían varias flores de un tipo, distinguiéndose en colores y tamaños.
La tarde le dio poco a poco la bienvenida a la noche y aún no había visto ni la tercera parte de aquel maravilloso lugar. Cuando llegué a la puerta de entrada, Selenia me esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados, una posisición que la caracterizaba. Con los pies doloridos y con pequeñas piedras incrustadas en la planta, me puse frente a ella con parsimonia. Sus ojos me miraban fijamente, introduciéndose en lo más profundo de mi mente, pero al descubrir que mi mente estaba vacía, exceptuando el amargo recuerdo de Claire, relajó la cara y me tendió una de sus manos, tirando de mí hacia dentro del castillo. En el recibidor se encontraban todos los empleados, formando un pasillo. A un lado las mujeres, a otro los hombres. Todos en la misma posición: cabizbajos y con las manos sobreponiéndose en sus estómagos. Ninguno desviaba la mirada hacia mí. Selenia me cogió por lo hombros y me acercó a la servidumbre.
-¿Tenéis algo que decir, verdad?- dijo la señora de la casa con voz altiva.
- Sí, mi señora- contestaron todos al unísono, como una escena plenamente coreografiada.- Suplicamos su perdón señora Alesana. No debimos juzgarla sin saber lo ocurrido.
- No hay nada que perdonar- dije con un tono de voz extremadamente triste.
- ¡Retiraos!-ordenó Selenia.
Tras realizar una pequeña reverencia, todos volvieron a sus quehaceres.
Selenia relajó su postura excesivamente estirada y se restregó la frente con la mano. Su frente brillaba intensamente, estaba plagada de sudor. Primeramente no pude evitar echarle una mirada cargada de odio por lo dura que había sido con los sirvientes, estaban en su perfecto derecho de cuchichear a causa de lo ocurrido. Sin embargo, al verla quitarse el sudor me di cuenta de que algo no andaba bien. Tenía mala cara, sus manos temblaban. El sudor no solo era evidente en su frente, sino también en el cuello, las mejillas y la palma de las manos. Al sentir como la miraba fijamente me devolvió la mirada. Al instante saqué un pañuelo del bolsillo y se lo ofrecí. Lo cogió al instante, pero no recibí ni un insignificante “gracias”.
Subí las escaleras dejando a Selenia atrás, sin decir nada, únicamente sentía su mirada fija en mi espalda. No sabía dónde ir, pero quería alejarme de ella en ese momento, no quería tener a nadie cerca de mí. Me sentía sucia por lo que había hecho y, aunque Selenia no me juzgara, yo sí lo hacía. Inconscientemente llegué a la biblioteca. Estaba vacía, todo un alivio para mí.  Me senté en uno de los sofás, con las piernas juntas y las manos sobre las rodillas. El silencio de aquella habitación me abrumaba, continuamente me giraba por si alguien abría la puerta. Alguien que no fuera Selenia y por lo tanto, me juzgara. Llegué a la conclusión de que cuanto más estuviera ahí parada más pensaría en mi desgracia. Me levanté y me dirigí a uno de los estantes. Miré hacia arriba y allí estaba de nuevo, esperándome. El libro de los Changes.

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