jueves, 15 de julio de 2010

A Proposition (Parte 2)

Selenia me miraba de nuevo, sus ojos brillaban con los destellos que producían las bombillas del techo. Colocó apropiadamente su vestido y se arrodilló ante mí, mientras me suplicaba que cerrara los ojos. Obedecí su petición. Noté como sus frías y delicadas manos envolvían una de las mías con suavidad. Mi cuerpo temblaba como un flan, pero ella tampoco estaba muy tranquila, notaba que su pulso iba muy acelerado, como si acabara de correr una maratón. Tras un breve silencio, Selenia pronunció las palabras que más temía en el mundo.

-No preguntaré si quieres ser mi esposa, te preguntaré algo más complejo- se aclaró la voz de nuevo- Alesana, ¿quieres ser mi reina, y por lo tanto, mi sucesora en el trono?

Volví a alzarme, en esta ocasión asustada. Notaba como mi propia saliva podía atragantarme en cualquier momento. Todos me miraban impacientes por la respuesta, sobretodo Selenia, quien permanecía aún con una rodilla en el suelo, manchándose ese precioso vestido. Las piernas me fallaban y se agotaba el aire para mí. No sabía que responder. Desvié la mirada hacia el suelo, evitando a todos aquellos ojos que me traspasaban. Quería salir corriendo de allí. Miré angustiosa la puerta al final de la estancia, pero mi cuerpo no estaba en condiciones de correr, al segundo paso daría un traspiés y caería al suelo.

Sentí la mano de Selenia sobre mi hombro por lo que no pude evitar mirarla. Sus ojos no paraban de preguntarme cual era mi respuesta. Agarré una de las manos de la mujer con fuerza mientras mi cuerpo temblaba, quería que supiera hasta donde llegaba mi nerviosismo. Volví a retirarle la mirada, prefería mirar los platos vacíos de la cena antes que volverme a enfrentar a sus brillantes ojos. Deseaba que todos se hubieran ido cuando levantara la vista.

Sin soltarme, Selenia ordenó a todos que se marcharan. Los siervos abandonaron la estancia sin oponerse, sin embargo no pudieron evitar comentar la situación entre ellos. Un gran murmullo azotó mis oídos hasta que finalmente nos quedamos solas.

Cabizbaja, Selenia comenzó a andar en círculos a lo largo del salón, cambiando de dirección de vez en cuando. Sus manos se entrelazaban en su espalda, moviendo los dedos con cierto nerviosismo. Apoyada sobre la mesa, seguía sus pasos deseando que cesaran pronto, tanto silencio y movimiento me daban ganas de gritar.

-Lo siento-dije mirando mis manos temblorosas amarradas en el mantel.

-No es tu culpa, si no quieres no voy a obligarte. Para serte sincera, suponía cual iba a ser tu respuesta. Fui una ilusa al pensar, aunque fuese por un momento, que sería afirmativa

-Selenia… no te he dicho que no…

Se paró en seco. Sus ojos volvían a brillar con cierta ilusión. Quien lo hubiera dicho. Se acercó a mí velozmente haciendo que su vestido limpiara el parqué de la sala.

-¿Entonces?

-Entonces… no te puedo dar una respuesta ahora. Es una decisión importante y la tengo que pensar. Me entiendes ¿verdad?

-Claro que te entiendo. Esperaré gustosa tu respuesta, y deseo que sea un “si”.

Adelantando una de sus heladas manos a mi rostro, descendió por la mejilla cariñosamente, y con un suave toque en la barbilla me alzó la cabeza hasta que mis labios rozaron los suyos. Me acarició suavemente el cabello y se marchó reprimiendo una sonrisa complaciente.

Estaba sola en aquella sala tan grande. El viento rozaba los muebles de madera consiguiendo que estos gritaran sin cesar. Ese ruido tan escabroso me erizaba el bello por lo que salí de allí apresuradamente.

En la puerta del salón se encontraba Lucy, una joven sirvienta del castillo. Era realmente hermosa. Los tirabuzones rubios caían hasta su cintura, y sus ojos azules casi eran ocultados por su flequillo. Sus tersas y jóvenes facciones se enfatizaban con la calida rojez que poseía en sus mejillas. Quizás lo que más me llamó la atención de ella fue descubrir que era la única persona en todo el castillo que no tenía ningún poder, ni siquiera era vampiro, o licántropo, o incluso un Change… era una simple humana que había sido escogida por Selenia. Siempre me había preguntado por que la había escogido pero nunca había encontrado el momento adecuado para sacarle el tema a Selenia.

Lucy y dos de sus compañeras entraron al salón y, con rapidez y eficacia pronto tuvieron todo recogido. Sus compañeras fueron bastante más rápidas que ella, sin embargo ella tenía más mérito al no tener la misma velocidad que ellas. No recuerdo cuanto estuve allí observándola, pero cuando volví a ser consciente del tiempo noté una mano en mi hombro. Al girarme me encontré con la figura de Ethan. Estaba tan cerca que no pude evitar sobresaltarme. Inmediatamente, el joven consejero apartó la mano de mi hombro y apoyó una rodilla en el suelo. Agarró su otra rodilla fuertemente con los dedos hasta que se rasgó los pantalones.

-¿Qué ocurre Ethan? Ya te he dicho que odio las reverencias.

-Pero yo… la he tocado, me he sobrepasado.-dijo sollozando- Lo lamento mucho.

¿Qué? No digas estupideces, levántate. Lo único que ha pasado es que estaba ausente y no te esperaba, bueno… ni a ti ni a nadie.

Limpiándose las lágrimas que había derramado volvió a erguirse sobre sus dos pies. Tenía el rostro lleno de restos de las lágrimas. Con cuidado acerqué mis pulgares y le limpié la cara. Parecía triste. No me podía creer aún que el simple hecho de haberme tocado le pusiera así. Para que mostrara su fantástica sonrisa una vez más, le sonreí yo previamente de manera comprensiva. El joven Ethan, tal y como yo pensaba, no pudo evitar devolverme aquella sonrisa.

Cuando estaba totalmente segura de que aquel berrinche se le había pasado, fui a la biblioteca que había en la parte superior del castillo. En ocasiones sentía que esa sala podía liberarme un poco de esa prisión.

La puerta crujió cuando la abrí. Tras ella, al menos un millar de libros se distribuían en multitud de estanterías de madera que ocupaban del suelo al techo, junto con un par de escaleras corredizas. Las cuatro paredes atestadas de libros parecían cogestionadas, no había ni un mínimo espacio entre una estantería y otra. En el centro de la sala, se encontraban dos butacas de terciopelo negro, un sofá Burdeos biplaza y una mesita de café.

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