jueves, 24 de junio de 2010

A Long Time (Parte 1)

Un nuevo día nacía tras las ventanas de aquella enorme habitación. Los rayos del sol atravesaban las cortinas reflejándose sobre la colcha color escarlata.
Cuando miré hacia mi derecha me sobresalté, aún se me hacía extraño ver el cuerpo de esa mujer desnudo, abrazándome con sus suaves brazos y depositando su aliento en mi espalda. Intenté moverme, pero me tenía amarrada con tanta fuerza que me inmovilizaba totalmente. No quería despertarla, así, dormida, parecía que nunca había roto un plato, era bella como ninguna, digna de su título de reina solo por su apariencia. Intenté apartar sus manos con cuidado pero finalmente se acabó despertando. Pestañeó suavemente dejando entrever sus ojos rojos, ese iris aún no me terminaba de convencer, prefería el verde intenso de Miriam pero me tendría que conformar.
-¿Ya ha amanecido?- preguntó restregándose los ojos.
- Sí, hace un rato ya pero daba gusto verte dormir, parecías una persona totalmente diferente.
-¿Algún día me aceptarás, Alesana?- dijo apenada- No puedo cambiar lo que soy y como soy. Sabes que lo que más deseo en este mundo es que todos me respeten y sigan mis órdenes. A ti puede sonarte muy mezquino pero así soy. Por una vez no quiero compartir nada de lo que tengo, excepto contigo.
-¿Por qué no vuelves a ser Miriam?
-Porque Miriam era solo un papel, era una farsa, pero gracias a esa farsa te conocí y no me arrepiento de ello.
No entendía como una persona que hablaba de dominar el mundo, de matar a los que se sublevaban, de conseguir poder a cualquier precio, pudiera decir esas cosas tan hermosas. Esas palabras y esas noches con ella eran el motivo de que no hubiera montado un gran escándalo aún.
Se incorporó dejando que la sabana se escurriera hasta su ombligo, quedándose sentada mientras apoyaba la espalda en el cabecero. Su pálida piel era una gran debilidad para mí; que me enseñara una ínfima parte de su cuerpo, ya fuera un hombro o una pierna, me producía una locura extrema. Permaneció pensativa durante unos instantes, no consiguió perturbar su tranquilidad ni los pájaros que revoloteaban fuera del castillo. Suspiró profundamente y cogiendo una de las sabanas se levantó y se marchó de la habitación sin decir nada.
No tenía nada que hacer dentro de la cama por lo que, siguiendo los pasos de Selenia, también me levanté. Comencé a buscar mi ropa por la habitación, no sabía donde lo había dejado todo la noche anterior, no me acordaba ni siquiera lo que había pasado la noche anterior pero no era muy difícil intuirlo. Poco a poco fui encontrando mi ropa por los rincones, creía que me iba a ocupar menos tiempo vestirme de lo que realmente había tardado. El hambre hizo rugir mis tripas ferozmente por lo que, antes de ir a buscar a Selenia, quien había abandonado la habitación en silencio. Quizás le había molestado mi pregunta, pero se lo había preguntado muchas veces y jamás había tenido ese comportamiento.

La enorme cocina color perla estaba impoluta, como cada día. Las dos cocineras, Claire y Ann charlaban gracilmente hasta mi llegada. Vestían el típico uniforme de sirvienta, Selenia no había tenido mucha imaginación para elegir su atuendo. Ambas se colocaron frente a mi he hicieron una reverencia. ¿Por qué se comportaban así conmigo? Yo no era más que una intrusa, una invitada.
-Buenos días ama-dijeron ambas al unísono- ¿qué desea hoy para desayunar?
-Buenos días- contesté- Os lo he dicho miles de veces, no me llaméis ama, no lo soy y yo sola puedo prepararme la comida, no soy ninguna discapacitada.
-Lo sabemos, pero… son órdenes de la ama Selenia, no podemos oponernos- susurró Claire.
-Yo hablaré con Selenia pero no hace falta que me preparéis nada, de verdad. Y eso de ama… suprimirlo, llamadme Alesana o Al, como gustéis.
Las dos cocineras asintieron con una leve sonrisa en sus jóvenes rostros y se retiraron a continuar con su conversación. Abrí la nevera y cogí comida hasta que me sacié. Me estaba aprovechando descaradamente de vivir allí con Selenia, no pagaba nada, no hacía nada… y sin embargo tenía todo lo que cualquiera pudiera desear. Al acabar, limpié todo aquello que había manchado y me despedí de las cocineras. Ahora sí iba a buscar a Selenia, pero ¿dónde estaría? El castillo era inmenso. Si no tenía 300 habitaciones poco le faltaba. Pero no tenía nada mejor que hacer, y había habitaciones en las que seguro no estaría.
Comencé la incesante búsqueda en la planta de abajo. Examiné cada una de las habitaciones pero no había rastro de ella. Subí todos los pisos del castillo y no logré encontrarla, parecía que se la había tragado la tierra. A pesar de mi cansancio fui a buscarla al único sitio donde no había ido, las mazmorras.
Una gran cantidad de escalones de piedra y una enorme puerta de madera con tirador de acero, separaban la primera planta de aquellas jaulas oxidadas. Cada peldaño que bajaba era una lucha de vida o muerte, eran casi más grandes que yo y la humedad que habitaba en ese corredor los hacía terriblemente escurridizos. Sujetándome a una de las barandillas conseguí llegar a esa puerta plagada de barrotes oxidados. Tal y como imaginaba, estaba abierta. Los gritos de los prisioneros atronaban mis oídos; podía sentir su dolor con sus escalofriantes alaridos. Con la vista fija en el suelo si desviarla en ningún momento hacia las celdas, avancé rápidamente hasta toparme con una figura alta y corpulenta. Era uno de los guardias.
-Buenos días mi señora, no es muy propio de usted estar en este lugar ¿desea algo?
-Buenos días- dije resignándome a vivir día a día con la coletilla “señora”- Estoy buscando a Selenia ¿la has visto?
-Si, la señora Selenia está un poco más adelante.
-Muchas gracias.
Dejando atrás al guardia pronto llegué ante la majestuosa Selenia. Su brillante pelo negro caía por su espalda mientras alzaba la cabeza  de forma pensativa. Inmediatamente se giró sorprendida, seguramente ella tampoco se esperaba que yo anduviese por ahí abajo. Siempre había evitado bajar a las mazmorras, podría encontrarme imágenes que no olvidaría en la vida o incluso terribles recuerdos volverían a mi mente. Sin ninguna duda estaba mejor en las plantas superiores que en aquella oscura habitación.

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